Desamor


Jorgelina Etze




Al mirarse en el espejo, la sorprendió el parecido con su madre. Pero con su madre ahora. Eso no podía estar bien.
¿Por qué se había abandonado de ese modo? Porque creyó que eso era lo que él esperaba: una mujer sencilla y modesta. Y ella se había comportado con modestia y sencillez todo el tiempo desde que lo eligió. ¿Por qué su indiferencia y su silencio, entonces? ¿Por qué tanta soledad?
A su lado, todo fue sacrificio. Y ahora, al ver sus canas, se dio cuenta de que le había dado su juventud y que lo único que recibió a cambio fueron privaciones y promesas. ¿Cariño? No, cariño no. Tal vez la idea utópica de que él la escuchaba y el sueño de que la recompensaría. Pero nada de amor.
Por él abandonó a su familia y a los amigos. Por él renunció a la maternidad. ¿Ahora qué le quedaba? Podía seguir a su lado, sí. Pero no quería: prefería quedar en la calle a seguir en esa vida a medias que sólo tuvo sentido cuando creía que su amor era correspondido. Pero ahora no valía la pena. ¿Para qué seguir acatando sus estúpidas reglas? Sus infinitas, rígidas y absurdas reglas que no significaban nada para ella. ¿Significarían algo para él?
¡Qué ingenua y cómoda había sido! Cómoda, sí: prefirió mirar hacia otro sitio y continuar con la farsa.
Y aquella terrible tarde en que supo de la muerte de su hermano y en la que no le fue permitido ir a consolar a su madre porque él la necesitaba allí, la venda que cubría sus ojos se cayó al fin.
¿Para qué la necesitaba? Si ni siquiera se percataba de su presencia. De cualquier modo, le daba igual: ella ya no lo necesitaba a él.
Habría otras que se ocuparían, otras idiotas que cumplirían sus reglas. Estaba decidida: se iba, pero no lo abandonaba. Si él realmente la quería, la encontraría y le haría saber cuánto se equivocó. Y si eso pasaba, si realmente eso pasaba, se entregaría a él en cuerpo y alma.
Terminó de peinarse frente al espejo. Luego, guardó su cepillo y sus pocas pertenencias en una valija y salió.
En la calle, sin su toca, se sintió desnuda. Fuera del convento, todo sería diferente.

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