Yaca


Gabriela Fernández Rosman


Deslizo mi cuerpo sobre la geografía de juncos. El agua está calma y sin transparencias.
De vez en cuando parpadeo un poco, sólo para soportar el sol estridente.
Desconozco si se acerca el mediodía o acaba de cruzarse a la otra costa. Aquí no hay semitonos y el calor nunca se soporta.
Algunos seres más pequeños se recuestan sobre la superficie larga de mi nariz. Me muevo poco porque la quietud alivia. Además, soy aficionado a contemplar. No es otra cuestión que idiosincrasia.
En el pueblo, lo importante nunca es trascendente. Quizás nuestra adicción a los detalles nos impida mirar más allá de los esteros o puede que nuestro espacio sea más que suficiente. De todos modos y hasta de cualquier manera siempre transcurrimos y se envejece bien.
Sólo cuando vienen con sus motores negligentes rugiendo condolencias inútiles, su sola presencia nos envicia el aire. La muerte de las calles de arena no puede detenerse cuando el asfalto avanza y no hay explicación que sobre. Sus voces suenan altas cuando el pueblo se cubre de megáfonos que llaman a la plaza pero el lugareño desconfía y nadie acude.
Ellos, los de afuera, también temen.
El ruido de la excavadora me aterra, arrastro mi pecho ancho buscando la calidez del agua y el bocado oportuno. Siempre alguien se descuida por si acaso. Nadie puede detener el futuro cuando él viene por nosotros.


Texto seleccionado por el GRUPO ATLÁNTICO en su Primera Convocatoria de Escritores, Leído en el Acto de presentación del Grupo que tuvo lugar el viernes 30 de agosto de este año en el Centro Cultural La Grieta, Alsina 2143, Ciudad de Buenos Aires.



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