Costumbre amorosa de los gigantes
Daniel Frini
Cuando un gigante decide
proponerle casamiento a su novia, le ofrece una primorosa caja de madera de
incienso rojo, más o menos del tamaño de sus manos y le dice, con voz quebrada:
―¿Te quieres casar conmigo?
Ella la toma y exclama:
―¡Ay! ¡Por supuesto, mi vida!
¡Gracias, mi amor! ¡Qué hermosa!
Temblorosa y con gran
expectativa, la gigante abre la cajita y encuentra, sobre terciopelo azul
―color que, entre esta raza, simboliza fidelidad— un humano atado de pies y
manos, su boca amordazada y un terror indecible en su mirada. Alrededor de su
cuello, anudado un hilo ―hilo para los gigantes, gruesa cuerda para los
humanos— de oro y plata.
En una ceremonia muy emotiva, la
mujer se inclina sobre la cajita y el gigante ata el cordel en la nuca de su
amada, cuidando de que quede adecuadamente flojo. A continuación, ella se
levanta de golpe y el hilo se tensa. El humano pendula sobre el pecho
sonrojado, se contorsiona, encoje y estira sus piernas varias veces, gira
apenas su cabeza a un lado y otro buscando una bocanada de aire que no está,
completamente ajeno al beso con que los novios sellan su compromiso. Luego
muere.
La novia llevará el cadáver del
hombre en su cuello hasta el casamiento, más o menos un año más tarde. El olor
a putrefacción se considera de buen augurio y es motivo de orgullo para las
gigantes, porque indica su condición de mujer comprometida en matrimonio.
Después de la boda, será el
marido quien quite el colgante y lo guardarán, juntos, dentro de algún libro de
poemas que él le habrá regalado durante el noviazgo.
Unos doscientos años después, el
esposo habrá muerto.
Un día cualquiera, su viuda
estará sola ―los hijos también se habrán ido y verá a los nietos una o dos
veces por año— y sumida en la nostalgia tomará el viejo libro, lo abrirá con
temor respetuoso y encontrará el pequeño esqueleto casi formando parte de las
páginas. Dejará caer una lágrima, más o menos donde el humano tenía su corazón.
Ella creerá, por un segundo, sentir de nuevo el olor tan amado a carne
putrefacta.
Texto
seleccionado por el GRUPO ATLÁNTICO en su Primera
Convocatoria de Escritores, Leído en el Acto de presentación del Grupo que
tuvo lugar el viernes 30 de agosto de este año en el Centro Cultural La
Grieta, Alsina 2143, Ciudad de Buenos Aires.
Comentarios
Publicar un comentario